La Organización Mundial de la Salud, dispone que “La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. Es decir que, involucra la alineación de nuestra mente/cuerpo en relación a nuestro entorno, más allá de que no tengamos alguna enfermedad o dolencia física.
Ahora bien, incluso cuando tenemos la dicha de vivir en estado de salud, aún así, sentimos que falta algo, que estamos incompletos. Entonces, es cuando comienzan a activarse preguntas del tipo existenciales, ¿qué sentido tiene la vida? ¿Qué hay más allá de la muerte? ¿Existe Dios? Preguntas que nos ponen frente al desarrollo de nuestra espiritualidad, a la esencia de nuestra alma.
Es posible que, por algún lado hayas leído la teoría de Howard Gardner, psicólogo, investigador y profesor de la Universidad de Harvard, sobre las inteligencias múltiples. La teoría de las inteligencias múltiples es un modelo de concepción de la mente en donde se explica que la inteligencia no es un conjunto unitario que agrupe diferentes capacidades específicas, sino una red de conjuntos autónomos, relativamente interrelacionados.
Para Gardner, la inteligencia es «un potencial biopsicológico para procesar información que se puede activar en un marco cultural para resolver problemas o crear productos que tienen valor para una cultura». Las inteligencias no son algo que se puede ver o contar: son potenciales que se activan o no en función a los valores de una cultura determinada, de las oportunidades disponibles en esa cultura y de las decisiones tomadas por cada persona y/o familia, sus profesores y otras personas.
Gardner identificó ocho tipos distintos de inteligencia: lingüístico-verbal, lógico-matemática, visual-espacial, musical, corporal-cinestésica, intrapersonal, interpersonal y naturalista. Actualmente está en proceso de configuración una novena, la inteligencia existencial.
La inteligencia existencial
Gardner denominó a la inteligencia existencial o espiritual como “la capacidad para situarse a sí mismo con respecto al cosmos, así como la capacidad de situarse a sí mismo con respecto a los rasgos existenciales de la condición humana como el significado de la vida, el significado de la muerte y el destino final del mundo físico y psicológico en profundas experiencias como el amor a otra persona o la inmersión en un trabajo de arte.”
El desarrollo de la inteligencia existencial, en relación a otros tantos factores, es lo que permitió, a lo largo de la historia, y nos permite actualmente a las distintas culturas, enhebrar las experiencias espirituales enlazadas por la energía que se supo denominar como: “Dios”, “La fuente”, “La energía universal”, entre otras posibilidades, dándole un marco de religión. Aunque vale la pena señalar que la inteligencia espiritual no es la espiritualidad en sí, ni tampoco es la religión.
La inteligencia espiritual, nos da la posibilidad de articular doctrinas a partir de la experiencia que pueden entenderse como las religiones que se practican actualmente. Entonces puede verse a la religión como la institucionalización del conjunto de creencias y valores de un tiempo de determinado que se articula en función a las experiencias espirituales de una comunidad.
La espiritualidad es un camino de introspección que poco tiene que ver la búsqueda en lo externo, como, por ejemplo, en las doctrinas religiosas. Aunque en muchos casos éstas ayudan a acercarnos a su exploración. La espiritualidad tiene que ver con la búsqueda interna, es un ejercicio de nosotros hacia nosotros. Es cuando vivenciamos el “despertar”, cuando nos damos cuenta de que Dios (la fuente) tiene el papel primordial en este proceso como la energía que conecta a todos y a todo en el universo, a través de un orden impersonal, con un poder iniciador que viene a la vida humana y la toca desde el más allá.
la chispa de la espiritualidad
La chispa por la exploración de la espiritualidad puede que se encienda y no queramos otra cosa que avivarla o, nos apuremos a apagarla. Dependerá de la necesidad que tengamos de conectar con este desarrollo que exige la inteligencia existencial como vehículo para acceder al conocimiento que nos permitirá vivir nuestra espiritualidad.
Ante la aventura de sumergirnos en nuestra espiritualidad, es posible que el miedo resulte un obstáculo, porque en lo profundo de nuestro corazón, sabemos que la experiencia espiritual nos impulsa al descubrimiento de nuestro Ser más allá de nosotros mismos. Es decir que, interpelaremos nuestros valores, creencias, pensamientos, acciones o sensaciones. Es por eso que la experiencia espiritual se vive como “un despertar”.
Un despertar a un contexto mayor que da significado y propósito a nuestras vidas. Que, como vimos, va más allá de las preguntas que solemos hacernos en relación a los para qué, y comienza a indagar ¿a quién más? ¿qué más?, asegura Dilts. Al vivir nuestra espiritualidad sentimos que contamos con una fuerza superior de vida, sentimos que estamos interconectados y además que poseemos una amplitud mental, no desde el punto de vista de la inteligencia, sino desde la mente superior que tiene línea directa con nuestra alma, nuestro corazón.
Cuando la espiritualidad se activa
Digamos que alineamos nuestra mente, cuerpo y corazón (alma) y que a través del desarrollo de nuestra espiritualidad que pude darse mediante la oración, la meditación, el canto, las parábolas, los rituales y las bendiciones, logramos percibir la vida desde un lugar que nos da paz, que nos permite transitar todo lo que nos pasa desde otro lugar. Permitiéndonos manejar nuestras emociones, sin caer en la trampa de reprimirlas, sino de habitarlas como aparecen y saber qué hacer en ese momento con ellas, al punto tal de abrazar nuestros miedos más terribles, las culpas más horribles, la ira más fuerte o la tristeza más profundo, con amabilidad y dulzura para con nosotros mismos.
Entonces, entendemos que la base del desarrollo de la espiritualidad es el perdón, aunque como es un trabajo de nosotros hacia nosotros, ese perdón tiene un único destinatario nosotros mismos, y un único guía Dios (la fuente, la energía universal).
Frente al trabajo sobre nuestra espiritualidad, florecen las manifestaciones del espíritu a través de nosotros. Entonces, ampliamos nuestro mapa interior, evocando la sabiduría, teniendo en claro cuál es nuestra misión, y permitiendo sanarnos con amabilidad y respeto para con nosotros mismo. Manifestaciones que nos permiten dar frutos como el amor, la compasión, la alegría y la paz.
Desarrollando nuestra espiritualidad nos sentimos realizados, felices, tolerantes, creativos, con una misión y propósito claros de vida. Estar alineados en mente, cuerpo y corazón nos empodera en el nivel de nuestra autorealización.
Gracias por la información. Gran aporte de esta web. Un cordial saludo!
Gracias a ti Aroa por leernos 😉