Sí, sé que puedo lograrlo, pero… A través de las palabras no sólo representamos nuestras experiencias, sino también le damos forma. La mente es como campo de cultivo sobre el que trabajamos a diario. Sembramos ideas que, como las semillas, pertenecen a diferentes clases de brotes. Plantamos confianza, miedos, bronca, perdón, desconfianza, amor, desapego, bienestar, amabilidad, entre tantas otras ideas (semillas)
Así como cultivamos nuestras ideas, las vemos crecer, y como en el la tierra, cada familia de semillas tendrá sus cualidades que, en este caso, están dadas por las palabras. Está en cada uno la posibilidad de decidir cómo será el cultivo, y el modo en el que lo cuidaremos a diario.
“Aunque”, “y” ayuda más que “pero”
Podemos crear la realidad, en sí la recreamos a cada paso en función a lo que pensamos, a nuestras creencias, lo que vemos es un reflejo de nuestro mapa interior. La realidad como secuencia de las ideas, depende del modo en el que las hilemos entre sí.
El modo en el que conectamos nuestras ideas le da forma. Si consideremos los conectivos: “aunque”, “y”, o “pero”, se puede observar que, según el lugar de la oración donde los ubiquemos lo que decimos, entre conectores, tendrá mayor o menor relevancia.
Donde se apoya nuestra atención, comienza el dialogo mente/cuerpo, es decir que pensamos lo que sentimos, y viceversa. Por ejemplo: si tenés planes para el fin de semana, y alguien te dice, “El sábado va a estar soleado, pero el domingo llueve”. Te lleva a poner tu atención sobre la lluvia del domingo más que en el buen día que será el sábado.
En cambio, si se genera la frase con otro conector: “El sábado va a estar soleado, y el domingo llueve”, tu atención se equilibra y ambos pronósticos adquieren el mismo valor. En cambio, si se emplea “aunque”, “El sábado va a estar soleado, aunque el domingo llueve”, el efecto queda relevado a prestar mayor atención a lo que se expresa en primer lugar.
Me siento bien, pero sé que no durará
Nuestra conducta es una muestra pequeña sobre nosotros, porque somos mucho más. Es posible que la repetición de una conducta se transforme, al final, en un rasgo de nuestra personalidad. El modo en el que cultivamos nuestros pensamientos, tiene mucho que ver con el modo en el que actuaremos, ya que en que pensamos nos convertimos.
Si queremos hacer un cambio en nuestro vida dependerá de varios factores, en especial del modo en el que cuidamos lo que pensamos porque depende de la motivación que nos ayude a alinear nuestro pensamiento con lo que sentimos. Si pensamos “me siento bien, pero sé que no durará”, automáticamente comenzaremos a sentirnos desanimados, y nos costará mucho mantener el sentimiento de bienestar, porque estamos poniendo toda nuestra atención en que “sabemos que no durará mucho”.
Para notar con mayor claridad la fuerza que tienen estas estructuras y el modo en el que las armamos, se puede invertir el orden: “Sé que no durará mucho, pero me siento bien”, ahora nuestra atención se apoya sobre lo bien que nos sentimos, dejando en segundo plano la posibilidad de que no dure mucho.
Es posible que lo hagamos de vez en cuando, y no pase de una conducta producto de una sucesión de acontecimientos excepcionales, aunque puede ser que sea nuestro modo pensar habitual y estemos continuamente dándole esta forma a nuestras ideas, y constantemente estemos minimizando todo lo bueno. Por ejemplo: “Es buena tu idea, pero no creo que funcione”, “Me encanta lo que tenés puesto, pero combinado con otros zapatos quedaría mejor”. “Amo lo que hago, pero quiero cambiar”, “Le encontré la vuelta al problema, pero sé que va a volver a pasar”.
Cuanto más conscientes nos hacemos de estos pequeños ejercicios mentales que hacemos a diario, más sencillo nos resultará comenzar a provocar un cambio. Aunque, es posible que estés pensado: “Sí, pero…”, y ahí está tu desafío, el cambio depende únicamente de vos.