Diferentes prácticas como el Yoga o las artes marciales, entre otras, que se enfocan en la estructura y el movimiento del cuerpo, aseguran que la postura de nuestro cuerpo y su forma de moverse son un reflejo de, como lo llamamos en coaching, nuestro mapa interior, y que podemos influir sobre nuestro mapa interior practicando una consciencia sobre nuestro estado corporal.
Nuestros pensamientos y el cuerpo
Como vimos en el post sobre ¿El presente, en piloto automático?, en cuanto tomamos consciencia de nuestros pensamientos y nos enfocamos en una atención de calidad, podemos -como vimos en ¿Qué es la atención plena?, habitar el presente. Es decir que, no sólo estamos tomando consciencia de nuestra mente, sino también de nuestro cuerpo. Este permiso que nos damos, nos da la posibilidad de percibir el modo en el que nos comportamos y actuamos (posturas, tipos de movimientos)
Estar al tanto de nuestra mente y nuestro cuerpo como unidad nos da las herramientas para que podamos comenzar a corregir, para nuestro bienestar, aquello que queremos. Si repasamos el post sobre nuestra zona de confort, sabemos que si pensamos de una manera determinada, nuestro cuerpo reaccionará de acuerdo a eso y actuaremos en consecuencia. De igual forma si actuamos de cierta manera, nuestra conducta cambiará nuestros pensamientos, por ende también se modificarán nuestros sentimientos y emociones. Somos una unidad, la unidad mente/cuerpo.
Dios puede perdonar tus pecados. Tu sistema nervioso, no
«Dios puede perdonar tus pecados. Tu sistema nervioso, no». Otra de las frases célebres de Alfred Korzybski, quien acuñó también la frase “El mapa no es el territorio”, sintetiza la relación estrecha que existe entre nuestros pensamientos y nuestro cuerpo, más allá de nuestras creencias religiosas. Es decir que, mentalmente podemos separar la relación mente/cuerpo, e incluso no percibir los efectos que causan nuestros pensamientos en nuestro cuerpo, pero en la realidad es completamente imposible separar la mente del cuerpo, o el cuerpo de la mente. En efecto, somos el resultado de nuestros pensamientos en función del entorno en el que vivimos, somos dependientes de nuestro hábitat.
En ocasiones, ignoramos a tal punto la relación mente/cuerpo que, comenzamos a vivir regidos por nuestro cuerpo, en vez de ser la mente la que piensa, es como si fuera el cuerpo el que lidera la acción de pensar. De esta manera, el cuerpo está librado a una secuencia de pensamientos que rigen el mapa interior, e ignora que es posible cambiar, o más bien ante el cambio presenta síntomas de molestia. Sin consciencia sobre el estado corporal, se repiten hábitos nocivos que nos causan daño en muchos niveles, tanto mentales como corporales.
Hasta en los peores momentos, como señala Víctor Frankl, en su libro El hombre es busca de sentido, podemos elegir. Es posible que estemos pasando un momento de mucho dolor que no puede evitarse, e incluso en esa situación límite está en nosotros elegir el modo en el que decidimos cómo atravesarlo. Vale aclarar que el autor logró sobrevivir a los campos de concentración nazis entre 1942-1945 de los que fue víctima. Tal vez está ahí la diferencia entre dolor y sufrimiento, el dolor está en nuestro cuerpo, y el sufrimiento está en nuestra mente.
El poder sobre nuestro sistema nervioso
Agrandes rasgos, el sistema nervioso autónomo tiene dos ramales básicos, los sistemas simpático y parasimpático. El ramal simpático es la parte del sistema nervioso que modera nuestras reacciones de lucha o huida, entre otras estrategias de supervivencias. En esencia cumple una función exitatoria. Cuando se activa el sistema simpático, acelera los ritmos del corazón y de la respiración, estimula el flujo de adrenalina, constriñe el flujo sanguíneo hacia las extremidades, causa sudoración, entre otros efectos. Es decir que, prepara el cuerpo para la acción.
El sistema nervioso parasimpático tiende a calmar y relajar el cuerpo, es el responsable de las funciones regenerativas. Cuando se activa, el sistema cardíaco se rentiliza y la respiración se hace más lenta y profunda, los músculos se relajan, el incremento de flujo sanguíneo hacia las extremidades disminuye, la sudoración se reduce, entre otros efectos. Posibilitando así que el cuerpo se relaje, recupere su energía y recomponga sus recursos.
Es decir que según lo que pensamos, sentimos y experimentamos, será el sistema nervioso que activemos. Es decir que, cuando tomamos consciencia de nuestro estado corporal es cuando nos empoderamos en el presente y estamos listos para provocar el cambio que queremos. La decisión está en cada uno de nosotros. No se trata de ver si los sistemas son malos o buenos, sino hasta dónde los exigimos. La buena noticia es que, es posible «no tener que pedirle a tu sistema nervioso que te perdone por tus errores”. Conoce tu mente, conocete a ti mism@.