Podemos plantear nuestro proceso de aprendizaje como un espiral ascendente. Todas las experiencias nos ensañan algo y, nos permiten poner a prueba nuestros recursos para salir adelante. Es posible que ante una situación de aprendizaje, surja un sentimiento de bloqueo. Ante cada situación de bloqueo, en donde nuestra zona de confort ya no nos es suficiente, y hasta incluso es parte del bloqueo, recurrimos a nuestra imaginación y pensamos en aquello que nos gustaría conseguir. Entonces, comenzamos a plantear metas.
¿Por qué nuestra zona de confort puede ser el bloqueo?
Como vimos en el post sobre la posibilidad de que nuestros pensamientos crean nuestra realidad, cada vez que pensamos lo mismo conseguiremos actuar de la misma manera ante cada circunstancia similar que vivamos. Nuestro mapa interior delimita nuestra zona de confort, un cúmulo de situaciones en las que nos sentimos a gusto porque las recorrimos infinidad de veces y eso nos da tranquilidad, tenemos un saber. Ahora bien, si queremos ser capaces de conseguir nuestras metas debemos salirnos de nuestra zona de confort y ampliar nuestro mapa interior, más allá de la incomodidad propia que sentiremos desde el momento en el que comenzamos a pensarlo.
Las personas y las metas
“La personas no son vagas, tienen metas impotentes, metas mal diseñadas que no les inspiran a tomar decisiones importantes.” (Tony Robbins) Creamos nuestras metas desde nuestro mapa interior, sin ser conscientes de que nuestro mapa está compuesto por nuestras creencias limitantes, por lo tanto es posible que nuestras metas estén más abocadas con el “tener qué” que con el “me permito a…” Metas que poco tienen que ver con nuestras motivaciones reales, sino más bien, responden a condicionamientos externos.
A modo de ejemplo, podemos comparar dos tipos de personas: las que crean su vida y las que la ven pasar, es decir personas proactivas y persones reactivas respectivamente. Ambas tienen metas, nada más que, es posible que las personas que crean su vida hayan logrado alinearlas con sus motivaciones, y las personas reactivas siguen estancadas en mandatos propios de su entorno sin poder tomar el control de vida.
La gran diferencia entre “por qué” y el “para qué”
Parte del planteo de una meta está su propósito, éste puede encararse de dos formas: “por qué” y, “para qué”. Ambas formas de encargar el propósito de una meta es válido, aunque es preciso diferenciar el camino que abre cada una.
Cuando ante una meta nos preguntamos “por qué”, es posible que surjan diferentes excusas que nos tranquilizan, justificaciones que nos permiten mirarnos al espejo, esperando ver cierta coherencia entre lo que sentimos y lo que vivimos.
En cambio cuando ante una meta tratamos de definir su propósito desde el “para qué”, aparecerá un sentido más definido que nos mostrará reflexiones sobre la auténtica intención de nuestros actos que, pueden o no concordar con las creencias de nuestro mapa interior, es tal vez por eso que, en un principio, recurrimos al “por qué”, para tranquilizarnos.
Imaginar una meta
La posibilidad de imaginarnos en la situación deseada, habiendo conquistado nuestra meta, con la certeza de que confiando en nuestras capacidades somos capaces de conseguir lo que queremos, no es más que la confirmación de que “si podemos soñarlo, podemos lograrlo”. Ojo, no confundir sueños con fantasías.
Al visualizar una meta, estamos enfocando nuestra atención en un aspecto positivo, siempre y cuando la imaginemos desde la perspectiva positiva y no desde la situación de bloqueo en la que nos encontremos. Donde ponés tu atención se posa, con toda sus fuerzas, tu mente. Y como vimos, nuestros pensamientos, por último, crearán nuestro destino. Todo aquello que proyectamos internamente, comienza a volcarse a nuestras experiencias.
Tipos de metas
Todo comienza con el primer paso. Cuando nos planteamos una meta, y la imaginamos, nos queda –desde la concreción de la meta- retroceder hasta ese primer paso, e ir viendo lo que tuvo que haber pasado -en cada instancia- para lograrla. Este ejercicio vale para todos los tipos de metas. Podemos tener metas destino, es decir de largo alcance. Y metas de largo, mediano y corto plazo. Éstas últimas formarán parte de la meta destino. La conexión entre las metas esta dada más allá de que así lo queramos, ya sea por nuestro “hacer” como por nuestro “dejar de hacer”.
La satisfacción de lograr nuestras metas y cumplir con el plan que nos trazamos nos da fuerzas y alimenta nuestras motivaciones. En algunos casos, las metas que nos planteamos nos exigen sumar “nuevas habilidades” a las que arribaremos con los recursos que ya disponemos o “deshacernos de malos hábitos”, a los trabajaremos de la mismo forma.
7 errores comunes en el planteo de metas
No las escribimos: Generamos enunciados gigantes, sin orden alguno. Por ejemplo: otro puesto laboral, y olvidamos listar las “acciones” que nos llevarán a conseguirlo.
Contamos con motivos poco claros: o como vimos, anclados sólo en el “por qué”.
Nos montamos en fantasías: nos proponemos conseguir imposibles.
No planteamos un plan de acción: es decir que no retrocedemos para saber por cada punto sobre los que tendríamos que pasar, a partir del primer paso.
La dejamos en un planteo: no nos ponemos en acción.
Nos distraemos: suele pasar cuando no la escribimos, no trazamos un plan y está anclada en un gran “por qué”.
No llegamos al final: suele pasar cuando nuestra meta no está alineada con nuestras motivaciones.