Sentir que fluimos es una cuestión de querer que así sea, ni más ni menos. A cada momento de nuestra vida tenemos posibilidad de decidir entrar en las aguas de la vida y fluir, o bien nadar contra la corriente. Lao Tsé dijo: “El camino de la vida es como el camino del arroyo” Por lo tanto la invitación es a fluir, más que a quedarnos estancados. En este post, desde la perspectiva de fluir que postula Mihály Csíkszentmihályi profesor de psicología, te cuento cómo lograrlo. Y te adelanto que el autor afirma que: sí, fluir depende de nuestros vínculos con la familia y nuestro trabajo.
Ya Aristóteles había llegado a la conclusión de que, por último, lo que todos buscamos más que cualquier cosa, es la felicidad. Fluir es felicidad. Pero no todos fluimos en las mismas aguas, cada cual fluye a través de su arroyo interno. Por eso es que la felicidad no es algo que se da sola, ni es el resultado de un destino azaroso. La felicidad no puede encontrarse en la góndola del súper, ni el local de moda, y poco tiene que ver con el poder.
La felicidad es una conquista individual producto del control de nuestras experiencias internas. No es el reflejo de los acontecimientos externos, sino más bien del modo en el que los leemos. Es decir que la felicidad, no es lo que pasa sino cómo nos tomamos lo que pasa.
Aquellas personas que logran controlar sus experiencias internas son aquellas que están más cercas de ser felices, de fluir la corriente de la vida. Su actitud no está entre la superación o la resignación, va por el camino del medio, del amor propio para poder amar en todo sentido de la palabra. Amar la vida, y lo que esto significa para cada uno de nosotros.
En busca de la felicidad
La atención puesta en la que queremos lograr desde un aspecto carente, es decir “porque me siento miserable quiero ser feliz”, no hace más que reforzar nuestra idea de miserabilidad. Es por eso que la búsqueda intencional de la felicidad, desde este enfoque, es un fiasco.
Encontrar la felicidad, satisfacción o motivación, como quieras decirle, depende del control de nuestra mente, de nuestros pensamientos. Es decir, de la toma de consciencia sobre la relación directa entre nuestra mente y nuestro cuerpo (pensamientos, sentimientos, sensaciones) y a su vez de nuestra relación con un orden mayor, universal.
Siempre que la meta sea mejorar nuestra calidad de vida, nuestra relación con nosotros mismos, estaremos más cerca del estado de fluir, por ende más cerca de la felicidad. Porque como habrás notado, lo que nos hace felices poco tiene que ver con lo que compramos o lo bien cómo podemos llegar a vernos, lo que realmente nos hace felices es estar bien con nuestra vida.
El estado de fluir y el mapa interior
El estado de fluir es una decisión. Decidimos tomar las riendas de nuestro mapa interior. Por fin, hacernos cargo de que eso que vemos nada tiene que ver con cómo es en realidad. Todo lo que percibimos, tanto las experiencias «buenas como malas», las guardamos como información que luego se representa en nuestra mente.
Al tomar consciencia de esta información podremos decir cómo queremos que sea nuestra vida. Esto sucede cuando estamos alineados, cuando entendemos que no hay forma de ser felices a menos que nuestra mente esté alienada con nuestro corazón, y nuestro espíritu. Al estar alineados, percibimos que nuestra mente está en armonía, y nos sentimos en un estado de fluir.
¿Por dónde comenzamos?
Comenzamos por nosotros mismos. Porque a la única persona que podemos cambiar, es a nosotros mismos. Dedicamos la mayoría de nuestro tiempo en relacionarnos con otras personas, en especial nuestra familia, y nuestro trabajo. Por ende, parte de proceso de lograr armonía en nuestra mente consiste en lograr relaciones verdaderas con nuestros padres, hermanos, esposos e hijos, relaciones desde el amor, no desde el apego basadas en nuestro “supuesto ego herido”, y en transformar el trabajo en actividades que nos den placer. Y para que esto suceda, no queda más que primero, estar bien con nosotros mismos.
Cuando nos contamos –una y otra vez- historias a nosotros mismos que nos hacen sufrir, es porque no la estamos viviendo desde el amor verdadero, nos estamos anclando en el modo en que la percibimos, en función a nuestros patrones y aprendizajes. Aunque parezca que la justificación de esa historia, es por nosotros, poco amor hacia nosotros mismos esta latente en esa conducta.
Al tomar las riendas de nuestra consciencia, logramos encontrarle un sentido a nuestra vida, y nos valoramos desde otro lugar, desde el lugar que merecemos como protagonistas de nuestra vida. Es por eso que la infelicidad está más relacionada con cómo las personas responden a las tensiones que al acontecimiento en sí, y se cuenta a sí mismas lo que pasó. Fluir por nuestro arroyo interno, exige que soltemos las piedras que nos obstinamos en guardar en la mochila, y que no hacen más que estancarnos.
Obstinarnos con sostener historias que no hacen más que hacernos sufrir, nos deposita en estados de insatisfacción crónica, nos estanca. Anclarnos en lo que puede darnos cierta seguridad desde el exterior, como las doctrinas, la filosofía, el arte, las comodidades, no son más que espejismos frente al caos. Por eso, cuando la búsqueda se da a la inversa del interior hacia el exterior, el resultado es la felicidad. Fluimos frente a lo que se nos presenta.
Cuando en vez de pretender caer en la ilusión de control del caos aparente, más bien nos volvemos parte de éste, fluimos en consecuencia. Porque, por último, la alegría de vivir está relacionada directamente con cómo la mente filtra las experiencias cotidianas.
Perder de vista el presente
El poder del ahora, es mucho más que una frase de la corriente “new age”, es la verdad más certera que tenés a tu disposición, y que podés hacer uso de su alcance cuando quieras. Cuando la búsqueda de la felicidad se centra en satisfacer necesidades incentivadas por la cultura a la que se perteneces, tarde o temprano se cae en la sensación de llevar una vida “sin sentido”. El famoso estado “lo tengo todo, y no soy feliz”.
El todo que se tiene no es más que un efecto de lo que se supone se necesita de lo externo, y en casi nada se relaciona con el control que puede tenerse sobre el mapa interior que nos posibilita el camino de la experiencia y la habilidad de encontrar alegría en el ahora continuo, superando los momentos, y enfrentándonos a la realización.
Cuando nos perdemos en fantasías, y no hacemos más que “viajar en tiempo” (del pasado al futuro), sin observar nuestro ahora, corremos el peligro de nunca encontrar el placer del tiempo presente. Habitar el presente nos permite concientizar cuáles son las raíces del descontento que sentimos, salirnos del piloto automático para abandonar nuestra zona de confort que nos adormece. Nos permite hallar el orden interno, sin miedo a ser. Desde nuestra mente en armonía es que encontramos sentido a nuestra vida, y experimentamos que existencia vale la pena.
Al obtener nuestras recompensas desde nuestro desarrollo interior, atrás queda la ilusión de las recompensas sociales externas. Es nuestro mapa interior el que nos permite apreciar las recompensas internas, por eso tanto las emociones como la voluntad juegan un papel decisivo en la cartografía móvil de nuestra vida. El resultado es el empoderamiento, que nos permite sentirnos cada vez sentirnos más fortalecidos, porque la felicidad ya no está anclada únicamente en lo que está sucediendo afuera, sino más bien depende de nuestro estado interno, de nuestro estado de fluir.
El estado de flujo nos enfrenta al ciclo de aprendizaje interrelacionado y en constante movimiento, necesita de la retroalimentación, facilita nuestra concentración e involucramiento frente a lo que hacemos dándole un matiz diferente cada vez, sacándonos del aburrimiento. Al fluir hacemos de nuestra vida un continuo de experiencias agradables, más allá de las experiencias en sí, nos entregamos a lo que nos toca vivir, y decidimos cómo la afrontaremos, resignificando los estados de aburrimiento y estrés. Dándole espacio al crecimiento y al descubrimiento personal.